patrimonio Los altillos del museo son un espacio aún no mostrado y solitario de lo que fue historia cotidiana de Potosí.
Alejandra Pau / Potosí
Fotos: Alejandra Pau
Vista desde el interior de una duendera hacia los ambientes exteriores |
Hay lugares a los que se tiene que ingresar casi a rastras. El frío golpea con fuerza en el último piso de la Casa de la Moneda, en Potosí. Sus pasajes y cuartos oscuros forman un laberinto de accesos arqueados, ventanillas pequeñas y, en ciertos lugares, al dar un paso el piso tiembla. En este lug ar, la soledad parece haber construido su morada hace siglos.
Hablamos de las “duenderas”, que no son otra cosa que los altillos, llenos de silencio, hasta donde los turistas no llegan. Sobre ellos se han contado muchas historias a través de los siglos, convirtiendo estos espacios en lugares místicos, legendarios y con anécdotas hasta sobrenaturales.
Forman parte del segundo piso de la Casa de la Moneda, después de la planta baja y el primer piso, y están ubicadas alrededor del primer patio -donde está el famoso Mascarón- y en parte del segundo.
Sólo cuando se abre una de sus ventanillas y después de acostumbrarse a la luz que ingresa a través de casi una total oscuridad, es posible observar por un lado al Cerro Rico y por otro los patios del museo, llenos de turistas y guías que a diario llenan el lugar.
Lo que se contaba
Una de las historias orales más difundidas con respecto a las “duenderas” cuenta que esclavos africanos traídos para el trabajo de acuñación de las monedas vivían en estos ambientes, que poseen techos con una estructura triangular hecha de madera de cedro y cuyos accesos no superan el metro de alto.
Cuenta la tradición que cuando se inició la construcción de la segunda Casa de la Moneda -que hoy es el museo- la gente se agolpaba curiosa en la actual plaza 10 de Noviembre para ver cómo avanzaba la construcción.
“Al ver las pequeñas ventanas de los altillos y no poder distinguir nada en su interior, de alguna manera presumían la presencia de esclavos negros y la gente decía: ‘qué están viendo en esa ventana, si negro con negro no deja que se vea nada; parece duendera’”, cuenta la jefa del departamento de Museos de la Casa de la Moneda, Sheila Beltrán.
Beltrán explica que en la segunda Casa de la Moneda, inaugurada en 1773, no existieron esclavos africanos, sino gente libre que realizaba trabajos dedicados a la servidumbre y, por ende, no era encerrada en esos ambientes.
La hipótesis de que existían esclavos en la segunda Casa de la Moneda ha sido desechada en investigaciones realizadas hace 15 años, como la que realizó el jefe de Archivo de la Casa de la Moneda, José Antonio Fuertes.
Ningún esclavo africano
Según esos datos, no existieron esclavos negros en la segunda Casa de la Moneda, ya que la compra de éstos finalizó entre los años 1708 y 1710.
“Los entretechos servían como depósitos de alimentos y otros enseres, debido a que la corriente de aire frío que existe en estas habitaciones los mantenía frescos. No olvidemos que los administradores vivían dentro de la Casa de la Moneda”, recuerda la jefa del departamento de museos.
Posteriormente surgió otra figura llamada “los forzados”, en la que los criollos, africanos libres o indígenas hacían trabajos forzados en los hornos de fundición del metal como castigo ante una falta cometida. Sin embargo, sus calabozos no estaban ubicados en las “duenderas”.
Calabozos y la república
Durante la época de la Guerra de Independencia de Bolivia, la Casa de la Moneda se convirtió en una especie de cuartel de los ejércitos auxiliares argentinos en tres oportunidades (1810, 1813 y 1815).
“Tenían una gran ambición por el Cerro Rico y la Casa de la Moneda. Tomaron la ciudad y también , se cuenta, que encarcelaron a mucha gente en las famosas “duenderas”, explica el director de la Casa de la Moneda, Rubén Ruiz
Hoy, en algunos de los muros aún se conservan vestigios de hollín que se presume es de aquella época, rastros cercanos al piso de cerámica y ladrillo que tienen casi 240 años de antigüedad.
Ésta no es el única evidencia, pues hace menos de una década se halló un mural con dos soldados, cuya vestimenta es muy similar a la de las tropas argentinas y que a la fecha se encuentra restaurado.
Un lugar “pesado” y una misa
Según Ruiz, al finalizar la década de los 90 se instaló el cableado de seguridad del museo. Fue entonces cuando distintas experiencias, aparentemente sobrenaturales, ocurrieron. “Los trabajadores de la empresa llegaron desde La Paz. Escuché varios relatos en los que sentían que les jalaban los pies o les tocaban el hombro como si necesitaran hablarles. Ellos trabajaban echados y por los lugares menos visibles de las “duenderas” y cuando se daban la vuelta para ver qué sucedía, nunca vieron a nadie”, dice.
Después de transmitir su preocupación al entonces director del museo, Wilson Mendieta Pachecho, se celebró una misa en las “duenderas” y se bendicieron todos sus ambientes.
Tampoco es raro que los guías o turistas, al ver las pequeñas ventanillas desde los balcones de los patios, alerten haber visto dentro de ellas rostros un tanto borrosos.
Hablamos de las “duenderas”, que no son otra cosa que los altillos, llenos de silencio, hasta donde los turistas no llegan. Sobre ellos se han contado muchas historias a través de los siglos, convirtiendo estos espacios en lugares místicos, legendarios y con anécdotas hasta sobrenaturales.
Forman parte del segundo piso de la Casa de la Moneda, después de la planta baja y el primer piso, y están ubicadas alrededor del primer patio -donde está el famoso Mascarón- y en parte del segundo.
Sólo cuando se abre una de sus ventanillas y después de acostumbrarse a la luz que ingresa a través de casi una total oscuridad, es posible observar por un lado al Cerro Rico y por otro los patios del museo, llenos de turistas y guías que a diario llenan el lugar.
Lo que se contaba
Una de las historias orales más difundidas con respecto a las “duenderas” cuenta que esclavos africanos traídos para el trabajo de acuñación de las monedas vivían en estos ambientes, que poseen techos con una estructura triangular hecha de madera de cedro y cuyos accesos no superan el metro de alto.
Cuenta la tradición que cuando se inició la construcción de la segunda Casa de la Moneda -que hoy es el museo- la gente se agolpaba curiosa en la actual plaza 10 de Noviembre para ver cómo avanzaba la construcción.
“Al ver las pequeñas ventanas de los altillos y no poder distinguir nada en su interior, de alguna manera presumían la presencia de esclavos negros y la gente decía: ‘qué están viendo en esa ventana, si negro con negro no deja que se vea nada; parece duendera’”, cuenta la jefa del departamento de Museos de la Casa de la Moneda, Sheila Beltrán.
Beltrán explica que en la segunda Casa de la Moneda, inaugurada en 1773, no existieron esclavos africanos, sino gente libre que realizaba trabajos dedicados a la servidumbre y, por ende, no era encerrada en esos ambientes.
La hipótesis de que existían esclavos en la segunda Casa de la Moneda ha sido desechada en investigaciones realizadas hace 15 años, como la que realizó el jefe de Archivo de la Casa de la Moneda, José Antonio Fuertes.
Ningún esclavo africano
Según esos datos, no existieron esclavos negros en la segunda Casa de la Moneda, ya que la compra de éstos finalizó entre los años 1708 y 1710.
“Los entretechos servían como depósitos de alimentos y otros enseres, debido a que la corriente de aire frío que existe en estas habitaciones los mantenía frescos. No olvidemos que los administradores vivían dentro de la Casa de la Moneda”, recuerda la jefa del departamento de museos.
Posteriormente surgió otra figura llamada “los forzados”, en la que los criollos, africanos libres o indígenas hacían trabajos forzados en los hornos de fundición del metal como castigo ante una falta cometida. Sin embargo, sus calabozos no estaban ubicados en las “duenderas”.
Calabozos y la república
Durante la época de la Guerra de Independencia de Bolivia, la Casa de la Moneda se convirtió en una especie de cuartel de los ejércitos auxiliares argentinos en tres oportunidades (1810, 1813 y 1815).
“Tenían una gran ambición por el Cerro Rico y la Casa de la Moneda. Tomaron la ciudad y también , se cuenta, que encarcelaron a mucha gente en las famosas “duenderas”, explica el director de la Casa de la Moneda, Rubén Ruiz
Hoy, en algunos de los muros aún se conservan vestigios de hollín que se presume es de aquella época, rastros cercanos al piso de cerámica y ladrillo que tienen casi 240 años de antigüedad.
Ésta no es el única evidencia, pues hace menos de una década se halló un mural con dos soldados, cuya vestimenta es muy similar a la de las tropas argentinas y que a la fecha se encuentra restaurado.
Un lugar “pesado” y una misa
Según Ruiz, al finalizar la década de los 90 se instaló el cableado de seguridad del museo. Fue entonces cuando distintas experiencias, aparentemente sobrenaturales, ocurrieron. “Los trabajadores de la empresa llegaron desde La Paz. Escuché varios relatos en los que sentían que les jalaban los pies o les tocaban el hombro como si necesitaran hablarles. Ellos trabajaban echados y por los lugares menos visibles de las “duenderas” y cuando se daban la vuelta para ver qué sucedía, nunca vieron a nadie”, dice.
Después de transmitir su preocupación al entonces director del museo, Wilson Mendieta Pachecho, se celebró una misa en las “duenderas” y se bendicieron todos sus ambientes.
Tampoco es raro que los guías o turistas, al ver las pequeñas ventanillas desde los balcones de los patios, alerten haber visto dentro de ellas rostros un tanto borrosos.
Un nuevo circuito turístico y algunos datos históricos
o Duenderas La Casa de la Moneda actualmente trabaja en una mejora en la oferta de cinco circuitos turísticos, uno de ellos sobre su arquitectura, en el que serán incluidas las duenderas.
o Esclavos Los esclavos africanos sólo existieron en la primera Casa de la Moneda. Existen referencias de su presencia en Potosí desde 1559.
o 1572 El Virrey Toledo autorizó, con la creación de la primera Casa de la Moneda, la compra de los primeros 12 esclavos.